Desapariciones en los Grandes Lagos

Desapariciones en los Grandes Lagos

Noviembre de 1918. Dos embarcaciones recién construidas – el Inkerman y el Cerisoles – se abren paso entre las brumas del lago Superior, el mayor de los Grandes Lagos. Ambos de cincuenta metros de eslora, los dragaminas – producto del astillero canadiense Canada Car Foundry – son un encargo del gobierno francés para barrer las aguas del Canal de la Mancha, a miles de kilómetros de distancia, de cualesquiera minas que hubiesen sobrevivido las campañas navales de la Gran Guerra.

Los canadienses estaban de plácemes. Habían conseguido el contrato para la fabricación de doce de estas naves de guerra, de la clase “Navarin”, bajo la supervisión de ingenieros galos. Sus tripulantes eran reclutas de Flandes que habían sido enviados a Canadá a recibir su entrenamiento en Thunder Bay, provincia de Ontario, antes de ocupar sus puestos en los flamantes bajeles. Desplazándose entre las aguas del lago hacia lo que sería su hábitat natural, las aguas del oceano Atlántico, ni los tripulantes ni los capitanes de las respectivas embarcaciones estaban conscientes de que su próximo puerto de escala sería la eternidad.

La desaparición de estos buques de guerra, armados con cañones de 100 mm capaces de proyectar balas a una veintena de kilómetros, es uno de los enigmas  más intrigantes de la larga y misteriosa historia de los Grandes Lagos. Los historiadores han achacado la desaparición a la falta de experiencia de los capitanes con las tormentas invernales que se producen en los lagos, sin contar que que tanto el Inkerman como el Cerisoles llevaba un capitán canadiense como asesor y piloto. Otra teoría conspirativa ha sido la posibilidad de que un submarino alemán haya penetrado los lagos, abriéndose paso por el rio San Lorenzo y sin ser detectado – una imposibilidad – por los custodios del canal de Welland, que une a los lagos Ontario y Erie, esquivando aquella maravilla de la naturaleza conocida como las cataratas del Niagara. Se ha sugerido también que los capitanes portaban órdenes selladas que no debían abrir hasta que no estuviesen en marcha, y que el contenido de estas cartas del almirantazgo francés les encomendaban una misión desconocida.

El hecho es que casi un siglo después, con todos los medios tecnológicos a nuestra disposición, los restos de ambos dragaminas nunca han sido hallados en las oscuras profundidades del lago Superior, a pesar de la existencia de muchos grupos interesados en el submarinismo y la exploración de barcos hundidos.

Lo verdaderamente intrigante es que ni Canadá ni Francia manifestaron gran preocupación por la pérdida; tampoco se emprendió una búsqueda en aquel momento. El cuaderno de registro de los Grandes Lagos que lleva el gobierno federal canadiense no ubica la desaparición de los dragaminas en el Superior, sino en el lago Ontario. Tampoco se hizo mención de la desparición en aquel momento, debido a la pesada censura mediática por motivo de la Gran Guerra. Tampoco deja de ser curioso que la desaparición posiblemente haya ocurrido en el lado estadounidense de los lagos, y que dicho gobierno no haya dicho nada.

Un dato adicional que hará sonreir a muchos: la Canadian Car Foundry (cuyos datos sobre las naves se han perdido) acabó fusionada con A.V. Roe Canada Ltd., la empresa fabricante del famoso platillo volador AVRO Car VZ-9, incapaz de elevarse a más de un metro del suelo.

Los Grandes Lagos son el mar interior de América del Norte, abarcando más del veinte por ciento del agua dulce de nuestro planeta, y con una extensión de casi doscientos cincuenta mil kilómetros cuadrados. La pérdida de la capa de hielo que cubría el continente hace diez milenios tuvo como consecuencia la creación de los lagos. Al igual que sucedió con el Mediterráneo, se formaron numerosos asentamientos a lo largo de sus costas y algunos de estos pasaron a convertirse en grandes urbes. La mano del hombre creó canales para conectar a los lagos con otras vías fluviales: el canal del rio Illinois, por ejemplo, permite la navegación desde los lagos hasta el golfo de México, mientras que el caudaloso San Lorenzo permite la salida de cargueros al Atlántico.

Las bondades de este milagro hidrológico y geológico también acarrean consecuencias meteorológicas, puesto que los lagos ejercen una influencia considerable sobre la meteorología estadounidense. Las grandes oleadas de frio polar descienden sobre sus aguas, convirtiéndolas en una gran máquina de nieve cuyos efectos se hacen sentir en algunas ocasionas hasta las costas de Luisiana. Las tormentas de invierno son un peligro considerable para la navegación. En octubre del 2010 se produjo la tormenta conocida como el “Chiclone” (ciclón de Chicago) por su impacto sobre esta ciudad a las orillas del lago Michigan, con un oleaje de ocho metros. Ni decir tiene que el efecto de estas tormentas ha resultado en el hundimiento de cientos de barcos y la pérdida de miles de vidas.

En épocas no tan remotas, tribus como los mohawk del estado de Nueva York hubesen considerado que la pérdida de las embarcaciones era obra de Oniare, la serpiente de agua con cuernos que moraba bajo las aguas del lago, hundiendo canoas y barcos por igual, devorando a sus pasajeros y emitiendo un aliento ponzoñoso. La única protección contra la serpiente consistía en invocar a Hinón, dios de las tormentas, y enemigo mortal de Oniare. ¿Se referían estas tradiciones a un plesiosauro, como en el caso del escurridizo monstruo de Loch Ness en Escocia? Más aterrador aún era el Mishipeshu de las tribus ojibwe, odawa y powatomi, la gran pantera submarina, un “felinoide” diamétricamente opuesto a los pájaros del trueno, con quienes lucha sin cesar, causando tormentas, muerte y desgracias. Según el antropólogo Chris Bolagno en su estudio Mountain Lion: An Unnatural History of Pumas and People, algunas tribus celebraban bailes rituales hasta la mitad del siglo XX para apaciguar a este poderoso ser.

Sirvan estos párrafos para orientar al lector sobre el trasfondo físico y cultural de estas aguas y sus historial de desastres y  desapariciones misteriosas.

Una de las guerras más cruentas que se libraron durante la historia de América del Norte fue la denominada “Guerra de 1812” entre los Estados Unidos y Gran Bretaña, resultando en la destrucción de la capital estadounidense dos años más tarde. Ambos países llenaron las aguas de los lagos Erie y Ontario con embarcaciones de guerra, las inglesas siendo en muchos casos superiores a las comandadas por el almirante Nelson en Trafalgar en 1804. Sin contar algunas escaramuzas, el alto mando inglés indicaría que nunca se produjo un encuentro naval en condiciones debido a que las aguas “no eran propicias para tales actividades.” Esta ambigua frase puede interpretarse de mil maneras, pero para nuestros fines consideraremos que los “sea lords” en Londres se referían a las tormentas y nevadas imprevistas y extrañas ventoleras que amenzaban con desarbolar sus naves y arrastrarlas con sus palos y cañones al abismo. Los funcionarios de la secretaría de la guerra de la joven unión americana casi seguramente afirmarían lo mismo.

La crónica de desapariciones se extiende desde el comienzo de las primeras exploraciones francesas del los lagos hasta el presente. En algunas de estos eventos, los barcos permanecen intactos, pero desaparecen pasajeros y tripulantes (cuyo infortunio se relega a haber tropezado y caído por la borda).

The Great Lakes Triangle, obra del aviador Jay Gourley publicada en 1977, tenía un título que se aprovechaba de la obsesión popular por aquel otro supuesto y hoy olvidado triángulo, el de las Bermudas. Gourley hizo hincapié en un hecho: se habían producido más incidentes extraños en los lagos que en la zona del Atlántico famosa por sus supuestos misterios.

“Debido a la configuración irregular de los Grandes Lagos,” escribió,”los pilotos, conscientes del peligro que representan, rutinariamente circumnavegan los lagos, aún cuando volar sobre ellos pueda resultar más breve. Es casi imposible que el avión más lento se encuentre a más de 20 minutos del aterrizaje. Un avión de pasajeros puede cruzar el lago Erie por el medio en diez minutos. Hay aviones más veloces que lo hacen en menos de cuatro. En cualquier punto de los Grandes Lagos, resulta posible que el piloto de cualquier avión de línea apague sus motores y sencillamente deslice hasta aterrizar. Existen cientos de balizas en tierra, agua y aire que constantemente vigilan las frecuencias de emergencia por si hay problemas. Conscientes de los incidentes obre los Grandes Lagos, la Administación de Aviación Federal (FAA) formó un “Servicio de Notificación de los Lagos” – cualquier piloto que sobrevuela estos cuerpos de agua debe remitir informes constantes a las estaciones de tierra. Si se produce una demora de diez minutos sin recibir dicho informe, se activa enseguida una misión de búsqueda y rescate.”

Esta orden – AT 7300.17 Lake Reporting Service, emitida por la oficina AEA-430 de la FAA entró en vigor el 1 de agosto de 1974 y se canceló sin explicaciones el 1 de marzo de 1990. El contenido exacto del documento ya no se encuentra accesible al público, como sucede con tantos otros materiales relacionados a esta intrigante parte de nuestro planeta.

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