La verdad sobre el “astronauta de Palenque”

La verdad sobre el “astronauta de Palenque”

No es mi intención desilusionar a aquellos que, como yo en otro tiempo, vieron en el astronauta de Palenque la evidencia más clara de que en épocas pasadas fuimos visitados por gentes procedentes del espacio.

Tampoco pretendo iniciar una polémica; Kazantzev, Charroux, Dániken y otros, han divulgado ampliamente su tesis -rotunda afirmación, sería más exacto- basada en lo que la losa parece representar, y lo que yo haré en estas páginas es, simplemente, plantear otra hipótesis, otra posible interpretación de ese bajorrelieve, teniendo en cuenta lo que ellos, por desconocimiento, no consideraron en su día: La cultura de la que la tumba forma parte, su religión, su iconografía, su simbolismo… El reproche que puede hacerse a estos autores y a los que en su día divulgamos con ardor esa idea, es haber sacado la losa de su contexto, contemplándola como un objeto aislado.

Muchas visitas a México en estos últimos veinte años y la realización de unos veinticinco documentales sobre su pasado, con el inevitable estudio de la cultura maya, entre otras, para documentar adecuadamente los correspondientes guiones, han modificado radicalmente mi visión del tema. Lo que pretendo, pues, es ofrecer al lector otra versión del célebre “astronauta”, menos romántica, sin duda, pero mucho más verosímil por estar basada no en lo que cada elemento de la losa parece, sino en lo que, de acuerdo con la propia perspectiva maya, es.

El primer elemento a considerar es el propio “vehículo’. Contemplando la losa en sentido vertical, que es como ha de verse de acuerdo a otras representaciones presentes también en Palenque, por encima del personaje hay una estructura que a simple vista puede ser cualquier cosa, pero que adquiere una apaciencia mecánica por tres “tubos” acodados, uno arriba y dos a los lados, que, por si fuera poco, parecen articulados; a esa impresión contribuye también otro ‘tubo” sinuoso, igualmente articulado y con “abrazaderas” distribuidas regularmente, que termina a ambos lados en dos extrañas formas simétricas, de cada una de las cuales surge hacia arriba una prolongación curva. En conjunto parece la sección sagital de la proa de un vehículo, que dejaría una amplia entrada de aire por delante, como en los motores de turbina de cualquier avión actual, Ruego ahora al lector que busque entre las ilustraciones de este artículo la que corresponde a otro bajorrelieve de Palenque, el del templo de la Cruz: allí están los mismos elementos en una disposición similar; ¿a alguien se le ocurriría comparar ese relieve con vehículo alguno?

El elemento cruz está presente en toda América. Me he encontrado con ella en lugares tan recónditos como Chavín de Huantar, en plenos Andes. Con diferencia de matices, el simbolismo de la cruz es el mismo en cualquier cultura: el árbol de la vida. Hundidas sus raíces en el mundo subterráneo, nutriéndose como el resto de las criaturas. Y, como ellas, supeditado a los instintos, se proyecta hacia arriba. Se aleja hacia el mundo espiritual, identificado siempre con el cielo. Sus dos ramas horizontales, sus brazos, son un límite que, al tiempo de señalar el orto y el ocaso, pues es también símbolo solar, sitúa la cabeza, el espíritu, por encima de la acción (en la proyección del Hombre sobre la cruz, los brazos extendidos de éste coinciden con los de la cruz), en una intención de ascenso. Pueden hacerse cuantas variaciones se quiera sobre ese concepto, añadiendo lo que el árbol tiene de renovación, de vida surgida de la tierra, de manifestación, del poder generador del Sol, etc. En el cristianismo es una representación del hombre realizado. Entre los mayas, sobre todo los de Palenque, es un elemento fundamental utilizado con diversos símbolos accesorios, pero siempre unido a la vida que surge de la semilla tras su estancia en la berra. Espiritualmente es símbolo de vida más allá de la muerte: del cadáver, enterrado como la semilla, nacerá la vida en su sentido más pleno y definitivo. Los cuatro brazos son también los cuatro puntos cardinales, los cuatro hitos en el camino del Sol, representados en su forma más dinámica en la esvástica hindú.

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