Jesuitas: Conspiración en el Vaticano

Jesuitas: Conspiración en el Vaticano

EL ORIGEN DE LA ORDEN
La historia del fundador de la Compañía, el vasco Ignacio de Loyola, apellido que tomó de la aldea donde nació, es tan extraña como apasionante. Primero soldado –luchó en la defensa de Pamplona contra los franceses, donde fue herido en una pierna–, pronto sintió la llamada de la fe. Durante su convalecencia leyó varios libros religiosos que le llevaron a replantearse toda su vida. Tras experimentar una supuesta visión de la Virgen con el niño Jesús, se produciría su definitiva reconversión de hombre de armas en soldado de Dios.

Cual caballero andante veló armas ante el altar de Nuestra Señora de Montserrat, singular enclave místico que se cuenta como uno de los refugios del Santo Grial. Al terminar sus oraciones, Loyola dejó la espada y la daga y se vistió con ropas pobres, sandalias y un bastón, para dedicar su vida a Dios y a la predicación. Fue a partir de ese momento cuando sufrió diversas visiones aparentemente de tipo celestial. Con este hábito llegó a Manresa, donde vivió en una cueva en medio de la meditación y el ayuno. Tras dicha experiencia eremítica, nacerían sus Ejercicios Espirituales, que se publicaron años más tarde, en 1548, y que serían la base de la filosofía jesuítica. Viajó a Roma y el 4 de septiembre de 1523 a Jerusalén, para regresar después a Barcelona. Más tarde aprende latín y se inscribe en la Universidad de Alcalá de Henares. Posteriormente se traslada a Salamanca, donde comienza a predicar acerca de sus Ejercicios, algo que le granjea problemas con las autoridades, llegando a ser encarcelado varios días. Una vez libre, viaja a París, en cuya universidad estudiará durante siete años, rodeándose de seis seguidores. Entonces tiene ya claro cuál es su proyecto vital y se traslada primero a Flandes y después a Inglaterra para recabar dinero para su Obra.

El día 15 de agosto de 1534, en medio de un ambiente ceremonioso, Loyola y sus seis acólitos juran en Montmartre “Servir a nuestro Señor, dejando todas las cosas del mundo”, fundando la Sociedad de Jesús, decidiendo ponerse a las órdenes del Papa cual “soldados de Dios”. El pontífice Paulo III dio su aprobación a sus pretensiones y les permitió ordenarse sacerdotes en Venecia. En su viaje a Roma, para servir al sucesor de San Pedro, en la localidad de La Storta, Ignacio de Loyola vivió otra experiencia espiritual, una visión al parecer trinitaria en la que “el Padre, dirigiéndose al Hijo, le decía: ‘Yo quiero que tomes a este como servidor tuyo’ y Jesús, a su vez, volviéndose hacia Ignacio, le dijo: ‘Yo quiero que tú nos sirvas’”.

En 1538, Loyola, acompañado de dos de sus hombres, regresó a Roma para la aprobación de la constitución de la nueva Orden, refrendada por Paulo III mediante la bula Regimini militantes, que limitaba el número de miembros a sesenta, limitación que sería revocada tres años después mediante la bula Injunctum nobis que permitía que la Societas Iesu no tuviera límites hasta alcanzar unas dimensiones impresionantes. Entonces, Loyola fue elegido Superior General de la Compañía, tras lo cual envió a sus seguidores como misioneros por Europa, para crear escuelas y seminarios. En 1548, como ya he señalado, se imprimieron los Ejercicios Espirituales, lo que le valió a Loyola ser llevado ante la Inquisición, siendo rápidamente liberado.

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