El pasado nazi que Chile prefiere olvidar

El pasado nazi que Chile prefiere olvidar

Cuesta creerlo, pero allí está la documentación de respaldo: Heinrich Himmler, el jefe supremo de las SS hitlerianas, tuvo inversiones en Chile hacia 1939, cuando aún no se iniciaba la Segunda Guerra Mundial. Klaus Barbie, el asesino de Jean Moulin, líder de la Gestapo en Lyon y autor de una deportación de niños a Auschwitz, fue captado como agente para la inteligencia alemana en Chile, lo mismo que su gran amigo Walther Rauff.

Sigamos. El creador del “Círculo de amigos de Colonia Dignidad” fue el ex oficial de las SS Gerhard Mertins, propietario de la compañía de armamentos Merex, la misma que poseía negocios con distintas ramas de las Fuerzas Armadas chilenas y que entre sus representantes en América Latina tenía a Barbie, Rauff y también a Friedrich Schwend, un nombre menos conocido pero igualmente mefistofélico. Residente en Lima, Schwend fue el responsable de la “Operación Bernhard”, por medio de la cual los nazis intentaron liquidar la economía británica durante la Segunda Guerra Mundial, inundándola con libras esterlinas falsificadas, muchas de las cuales eran enviadas a Londres por medio de las valijas diplomáticas de la embajada chilena en Londres.
Y hay mucho más. Por ejemplo, tenemos los documentos de la inteligencia norteamericana que relatan con lujo de detalles la forma en que operaban los anillos de inteligencia nazi en Chile. Dos de ellos fueron desbaratados a tiempo por el Departamento 50, la unidad de inteligencia creada por la PDI para tales efectos. Cuando cayó el tercer anillo, los detectives detuvieron en Valparaíso al hombre más importante del aparataje de sabotajes nazis en América Latina, Albert Von Appen, quien luego de tres años de internación en Estados Unidos (país que lo reclamó) regresó sin problemas a Chile, fundando el imperio marítimo que hoy gira en torno a la naviera Ultramar.
Y hay mucho, mucho más, respecto de la forma en que los nazis –nazis en serio, no imbéciles de cabeza rapada– se asentaron en países como Chile y Argentina, pero quizá el ejemplo más impresionante es el de Walther Rauff, un hombre que a la luz de los antecedentes que hoy se conocen, gracias a los documentos desclasificados por la CIA y el BND (el Servicio de Inteligencia alemán), fue, sin dudas, el nazi más importante de cuantos llegaron al continente (más que Barbie, Mengele o Eichmann, incluso), tanto por lo que hizo en la guerra, como por sus vínculos transversales de postguerra con todo tipo de agencias de inteligencia, incluyendo a la DINA chilena, nexo que antes solo se rumoreaba pero que, ahora, y en función de un documento de la CIA que descubrimos en medio de una montaña de documentación desclasificada hace solo un par de años, es posible entrever con mayor claridad.
Un simple marino
Nacido en 1906, Rauff se unió en 1924 a la antigua Reichsmarine (la Armada alemana), gracias a lo cual conoció toda América Latina. En 1938 Reynhard Heydrich, el todopoderoso jefe del RSHA, el sistema de inteligencia de las SS, lo contrató en su equipo, llegando a ser jefe de la sección II (dedicada a asuntos técnicos), en la cual Rauff no escatimó esfuerzos para buscar una forma más eficiente de matar personas en masa.

Portada de “América Nazi”
Según detalla un reporte realizado por el servicio de inteligencia interior británico, el famoso MI5, para ello Rauff tomó como modelo el sistema de “eutanasia” Tiergartenstrasse-4, que se utilizó entre 1939 y 1941 para matar a más de 200 mil enfermos mentales (la mayoría de ellos alemanes) introduciéndolos en cámaras donde eran gaseados con monóxido de carbono. Rauff propuso crear cámaras móviles de gas, con las que se calcula que 97 mil prisioneros judíos fueron asesinados.
En julio de 1942 Rauff fue enviado a Túnez, como jefe de un equipo de comandos que se estima quitó la vida a cerca de dos mil personas y a mediados de 1943 recibió una nueva destinación, como jefe del Gruppe Oberitalien Westen (GOW); es decir, el Grupo de Italia Norte, donde junto al general Karl Wolff inició una serie de contactos clandestinos con obispos y cardenales del Vaticano, así como con la Oficina de Servicios Estratégicos (OSS) de Estados Unidos, la antecesora de la CIA, a fin de rendir el ejército alemán acantonado en Italia, lo que hicieron un par de días antes de la caída de Hitler.
Luego de que se conociera la muerte de Hitler, Rauff estuvo a punto de ser linchado por una turbamulta, pero curiosamente fue rescatado en la madrugada por las tropas estadounidenses. Allí quedó en manos de las “Fuerza S”, un equipo conjunto formado por la OSS y el Servicio Secreto Británico.
Luego de ello fue internado junto a varios otros oficiales nazis en el campo de detención de Rimini (Italia), desde el cual se fugó en diciembre de 1946. Respecto de su escape, lo único que Rauff mencionó alguna vez es que fue ayudado por un sacerdote de Nápoles, gracias al cual llegó a Roma.
Una vez en la capital del antiguo imperio, los amigos católicos de Rauff le tendieron la mano una vez más y así fue como el obispo pro nazi Alois Hudal lo escondió por casi dos años. Juntos, montaron todos el aparataje de transferencia de nazis a América Latina, utilizando para ello documentación de organizaciones respetables, como la Cruz Roja y Caritas.
Viaje a Siria
En julio de 1948 el Jefe del Ejército sirio, Hosni Al-Zaim, envió a un capitán a Roma, con el fin de reclutar especialistas en inteligencia para reorganizar dicho servicio en sus filas. Rauff fue contratado y en noviembre de ese año partió junto a toda su familia a Medio Oriente, instalándose como asesor de Al-Zaim en materias de inteligencia, período en el cual no sólo trabajó para sus mandantes, sino también para el MI6, el servicio de inteligencia exterior británico.
En agosto de 1949, Al-Zaim fue derrocado y Rauff consiguió ser deportado a El Líbano, donde permaneció algunos meses, hasta que retornó a Roma, lugar en que se produjo quizá el episodio más insólito de su carrera. En 1993, el ex presidente de la Comisión de energía nuclear de Israel, Shalhevet Freier, relató que a fines de 1949, cuando era director del departamento político de la cancillería de su país (aunque en realidad pertenecía al Mossad, el servicio de Inteligencia exterior de Israel), fue enviado a Italia, donde contrató a Rauff para que escribiera un informe respecto de las Fuerzas Armadas sirias y los esfuerzos de ese país por construir una central nuclear. Tres documentos de la CIA indican, también, que Rauff mantuvo –por antinatura que parezca– relaciones con el Mossad a principios de los años 50.
En 1949 Rauff se fue a Quito y en 1957, según el escritor Gerald Posner, viajó a Santiago por una semana, ocasión en la cual se habría reunido con otros dos connotados nazis: Joseph Mengele y Hans Ulrich Rudel, con los cuales permaneció una semana en la capital chilena. Sus dos hijos mayores ya se encontraban en el país desde 1954, cuando Alfred ingresó a la escuela de Oficiales de la Armada y su hijo Walther (posteriormente) a la Escuela de Oficiales del Ejército.

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